«¡Todo el mundo al suelo!», grita, pistola en mano, un teniente coronel de la Guardia Civil. El tricornio de charol centellea con las luces del hemiciclo. La Democracia, madrina de unos pocos, parece cogida con alfileres. Los leones dormidos bostezan en el Congreso de los Diputados y el miedo trae a la memoria el olor de los tanques.
Y al día siguiente, 24 de febrero de 1981, tras el fallido intento de golpe de Estado, con ese don "tan nuestro" para la oportunidad, empieza la Universiada de Jaca. En agosto de 1979, la Federación Internacional del Deporte Universitario nos había concedido su organización. 1981 fue el año en el que el papa Juan Pablo II sufrió un atentado y comenzó la epidemia del SIDA. El muro de Berlín tardaría aún ocho años en caer y los bailarines del Bolshoi, los científicos y los deportistas de los países del Este eran vigilados sistemáticamente por el KGB. En busca del arca perdida, de Steven Spielberg y Carros de fuego, de Hugh Hudson arrasaban en los cines y en los Oscar. España contaba con 37.241.000 habitantes (había 198.042 inmigrantes), había firmado el protocolo de adhesión a la OTAN y acababa de aprobar la Ley del Divorcio. McDonald´s abría su primer restaurante en España, Loquillo y Los Intocables con Esto no es Hawai, Francisco con Latino y Antonio Flores con Pongamos que hablo de Madrid copaban la lista de éxitos y los periódicos informaban diariamente del secuestro del pichichi de la Liga y del Barcelona: Enrique Castro Quini.
En esa atmósfera política tan propicia para el deporte, las celebraciones y los fuegos artificiales arrancó la Universiada'81, celebrada en las pistas de esquí y patinaje de la comarca altoaragonesa. La antorcha olímpica no podía llegar en un momento más viciado. La URSS, potencia mundial en deportes de invierno, arrasó con diecinueve medallas, siendo nueve de ellas de oro, seis de plata y cuatro de bronce, seguida por ocho de Checoslovaquia; Estados Unidos obtuvo una decepcionante medalla de bronce. El acto de clausura se celebró el día 4 de marzo, a las doce de la mañana, en el Palacio de Hielo de Jaca. Asistieron, entre otros, don Alfonso de Borbón, Presidente de la Federación Española de Deportes de Invierno, don Juan Antonio Samaranch, Presidente del Comité Olímpico Internacional, don Jesús Hermida, Secretario de Estado para el Deporte, don Rafael Casas, Director General de Turismo de la Diputación General de Aragón, o el Alcalde de Jaca, don Armando Abadía. La delegación rusa acudió a la Universiada con un grupo de ochenta personas, de las que cincuenta eran deportistas. La desaparición del periodista Serguey Shachin, de treinta años de edad, acreditado por el diario Komsomolskaia Pravda, saltó a la primera plana de los periódicos. A Shachin, casado y con una hija de corta edad, se le había visto triste y poco hablador durante el viaje desde Moscú. Deambulaba por el Palacio de Congresos de Jaca en compañía de otro periodista ruso y el día 27 presenció, en el Balneario de Panticosa, la prueba de fondo de relevos 4 x 100. Cuando la delegación rusa detectó su desaparición se puso la correspondiente denuncia ante la policía nacional, argumentando el secuestro o el accidente. Pero no hay que ser muy listo para saber que el caso era otro: Serguey Shachin contrató los servicios en Canfranc de María Pilar Izuel, una de las primeras mujeres taxista de España y pidió asilo político en Pau. Ese mismo año, el portero húngaro del Vasas de Budapest también lo había solicitado en un torneo de verano en Cádiz.
«Sobre las doce del mediodía del pasado día uno, el periodista ruso se personó en mi casa, en compañía del taxista de Sabiñánigo Luis López Viscasillas. Me dijo que era ruso y solicitó un traslado en coche a Lourdes o a Tarbes. Como yo vivo del taxi no puse inconveniente. Nos acompañó en el viaje mi hijo Ángel, de trece años […] Llevaba una bolsa azul, una prenda "tres cuartos", con cuello de piel, pantalón vaquero, botas o zapatos negros; iba descubierto, mostrando una cabellera desordenada. Nuestra conversación fue escasa: me indicó que le gustaba mucho el paisaje. En todo momento demostró una gran calma y corrección. Dialogamos en francés, idioma que él no dominaba demasiado bien. Cuando subió al taxi mostró una acreditación de la Universiada […] Llegamos hasta Somport, pero no se podía pasar porque la frontera estaba cerrada, ya que se había hundido un puente en Urdós».
María Pilar Izuel no sólo tuvo que declarar en la comandancia de la Guardia Civil, sino que además fue interrogada, sin inyecciones de suero de la verdad ni descargas eléctricas, por responsables de la delegación rusa. Dicho en cristiano, por miembros del KGB.
Una historia curiosa para tiempos turbulentos.